
El nacimiento de Jesús manifiesta a todos los hombres su misericordia. No quiere abandonar al hombre a sus propias fuerzas y su pecado. Por eso, sale a su encuentro ofreciéndole su gracia y su amor. Se lo ofrece para que viva desde esta gracia y con este amor. Aquellas palabras del Evangelio de San Juan, “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16), expresan el infinito amor de Dios a todos los hombres. ¡Qué lógica tan diferente la de Dios! Se ha unido tan íntimamente a nuestra humanidad, que ha querido compartirla hasta hacerse hombre entre los hombres. Se hizo uno de nosotros. En Belén, contemplando a Jesús, percibiendo la pequeñez de Dios hecho hombre, se nos revela la grandeza del ser humano y la luminosidad que nos ciega de nuestra dignidad de hijos de Dios. ¡Qué grande es la confianza que ha puesto Dios en cada uno de nosotros! ¡Cuántas posibilidades nos brinda de hacer cosas grandes y hermosas en nuestra existencia, viviendo con Jesús y como Jesús!
¡Qué fuerza alcanzan aquellas palabras de San Agustín: “Despierta, hombre, pues por ti Dios se hizo hombre”! (San Agustín, Discurso 185). Al despertar, ves una luz nueva que afecta a lo más íntimo del hombre: ves a Dios con rostro humano, que ilumina tu vida y todo lo que está en torno a ti. Es la luz del bien que vence al mal, es el amor que supera el odio, es la vida que derrota la muerte. En definitiva es la gran noticia que llega a nosotros proponiéndonos el anuncio de la victoria definitiva del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte. Es la luz de la que nos habla la antífona del Magníficat: “¡Oh Astro naciente, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!”. Desde Belén, el Hijo eterno de Dios, que se ha hecho un Niño pequeño, se dirige a cada uno de nosotros y nos interpela, nos invita a renacer en Él para que, justamente con Él, podamos vivir eternamente en la comunión con la Trinidad.

Por eso, os invito a todas las familias cristianas y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que hagáis un gesto significativo esta Navidad, que comporta una manera de vivir y de estar en medio del mundo. Gesto que nos lleve a realizar una renovación total de nuestra vida y de todo nuestro entorno. Se tiene que notar que la Luz que es Jesucristo alumbra en nuestra sociedad. ¿Qué os invito a hacer? Un gesto que os lleve al compromiso. El día 24 a las 12 de la noche encended una vela en vuestros hogares y ponedla en una de las ventanas de vuestras casas. Contemplad todos esa luz encendida que representa a Jesucristo que ha venido y que nos pide ser hombres y mujeres según sus medidas.
Encended una vela y estad atentos a su llama. Pensad que representa a Jesucristo, nacido en Belén. Contempladlo y oíd estas palabras que os pueden servir de ayuda a la contemplación. Despierta, que el Señor quiere que hagas llegar su luz a todos los hombres:
1) Mirad cómo la llama tiende hacia lo alto. Así tiene que ser vuestra vida: mirar siempre hacia lo alto, mirar siempre hacia Dios. Tened la mente y el corazón no detenido en el horizonte de este mundo, en las cosas nuestras. Mirad a Dios que nos miró a nosotros y bajó hasta nosotros. Lo mismo que Él ha bajado, subamos nosotros hacia Él. Veremos todo de diferente forma. Dios nunca nos olvida, pero nos está pidiendo que nunca nos olvidemos de Él. Muchos de los problemas que vivimos, ¿no vendrán por el olvido de Dios, porque lo hemos arrinconado? La Navidad es una oportunidad para poner a Dios en el centro de la vida del hombre.
2) Mirad cómo la llama de la vela da calor. Así tenemos que vivir nosotros dando el calor del amor. Pero no de un amor raquítico a la medida de nuestro corazón, sino dar ese amor a la medida del corazón de Jesús. ¿No recordáis cómo la luz de la Navidad envolvió a los pastores y escucharon el anuncio de una gran noticia que llenó de alegría su corazón? Tened el amor de Jesucristo que da el calor que necesitan todos los hombres para vivir y para hacer vivir a los demás. Nosotros necesitamos de ese calor que nos dé esperanza, especialmente en esta época en que sentimos que tantos que están a nuestro alrededor viven especiales dificultades, problemas y sufrimientos. ¿Qué calor puede envolvernos para salir siempre hacia los demás entregando esperanza? Podemos hacerlo con la ayuda del Señor. Podemos cambiar esta sociedad con este calor, pero hace falta que caldeemos nuestro corazón con el calor de Jesucristo representado en esta vela encendida.
3) Mirad cómo la llama da luz y nos hace ver todas las oscuridades que hay a nuestro alrededor. Nos hace ver las diversas dificultades por las que están pasando los hombres y mujeres de nuestro tiempo y de nuestro entorno en estos momentos. No nos quedemos solamente en ver. Pongamos la luz del Señor en todas esas situaciones. Que cada uno de nosotros diga en voz alta qué puede aportar de luz en los ambientes en los que vive: en la familia, en el trabajo, en el barrio, en las necesidades de los hombres que tiene a su lado. Dejemos el egoísmo y demos luz de la Luz que es Jesucristo. ¡Qué importante es poner luz donde hay oscuridad! Y el Señor cuenta contigo para hacerlo.
Con gran afecto, te bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Con gran afecto, te bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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